martes, 29 de mayo de 2018

El Tradicionalismo español del siglo XIX (II)


4. Las dos dinastías.

A la monarquía liberal española del siglo XIX no debe juzgársele por éste o aquel hecho, ni por un reinado bueno, si este reinado hubiese existido. Se la juzga por la desgraciada ruta que para las instituciones monárquicas y para España se siguió desde Fernando VII hasta Alfonso XIII.
A la realeza carlista se la juzga por la continuidad y pureza de su lucha frente a la revolución liberal, por su afán de guardar la libertad española, no obstante el lamentable momento en que Juan III faltó a sus deberes reales de miembro de la dinastía.
(...) Lo que en un principio era casi un movimiento de hombres de acción, una organización de militares más que de políticos, en una palabra, de leales, fue cuajando por propio peso en la restauración de los genuinos valores políticos. Su labor no ha sido labor de investigación histórica, de laboratorio. Tampoco se trata propiamente de un rebrote romántico. Ha sido una larga y sostenida toma de conciencia, a lo largo de todo un siglo, de las características propias de las instituciones sociales y políticas de la tradición, que recogió lo esencial, lo que es acertado en nuestra alma histórica. Frente a las nuevas modalidades y formas abstractas de gobernar que iban surgiendo, primero en el extranjero y luego en España, mantuvieron un pensamiento concreto. Y el pueblo compartió esta actitud, y con esto volvemos a un principio que ya formulamos anteriormente, no porque eran teóricos quienes la fundamentaban o porque Asambleas y Juntas fijasen programas y trazaran directrices. Había un órgano, un elemento, una institución, un poder eminentemente entrañable que se encargó de guardarla y transmitirla de generación en generación: el Rey. Reyes que no representaban a la ciencia, sino a la autoridad; no a sistemas, sino a realidades concretas, con calor y recuerdos. Esta razón de ser, repetimos, explica no solo la superior madurez política del carlismo sobre el mero tradicionalismo doctrinario, sino, en suma, la suprema madurez política de la ortodoxia monárquica, reconocida por los más egregios pensadores de todos los tiempos, sobre la demo-monarquía, que ya es una cuasi-república. Las inconsecuencias también en política, a la larga, se pagan.

5. El tradicionalismo y la revolución.

Desconocen la historia de España los que no ven el carlismo como una fuerza actuante en nuestra vida política. La revolución que trajo el liberalismo avanza en España y triunfa violentamente cuando se cree que el carlismo está agonizante. Como escribe Melchor Ferrer, el periodo lamentable de Juan III es signo de la revolución de 1868. La creencia de que el carlismo ha terminado desgarrado por discordias intestinas en tiempo de Don Jaime es signo de la revolución de 1931. Sólo los que conocen bien el alma española saben que el cálculo de la revolución fue equivocado, y nunca, en los últimos años, surgió más pujante el carlismo que en 1872 y en 1936. 
De Aparisi y Guijarro son las siguientes palabras: "si muere el carlismo, la España de nuestros padres morirá con él". O, como dijo en otra ocasión: "el partido carlista tiene un encargo providencial, siempre que se muestre digno de ese favor de Dios: salvar a España cuando aparezca a los ojos de los hombres que no hay para ella humano remedio". No en vano ha sido "la carta de la catástrofe", la carta que han jugado con predilección los carlistas hasta 1936. El ilustre tribuno que pronunció estas palabras militó, como muchos españoles, gran parte de su vida política en un partido católico, moderado, y sólo fue carlista en los cuatro últimos años de su vida. Un día se levantó en el Parlamento y dijo lo que claramente veía: "los partidos medios se van; todo esto se va. A la postre debe triunfar el partido carlista, y no sólo porque es el más numeroso, el más sano, el más entero, el de más fe, sino porque tiene, como ahora se dice, una solución cuando los demás partidos no tienen ninguna. Por eso debe triunfar, porque es el único que puede salvar". El carlismo, en la política occidental del siglo XIX, representa en cierto sentido lo que representa en otro terreno en las letras, Kierkegaard, Dostoyevski o incluso Nietzsche, pese a la contradicción que entre ellos existe, y, claro está, también pese a las actitudes frente al mismo catolicismo: una determinación radical que en último término en una cuestión de fe. Entre la afirmación y la negación extrema existe una estrecha relación, y el carlismo es un extremo polar, foco de auténtica atracción, como el comunismo, su más crudo antípoda. Afirmación y negación extremas brindadas desde entonces, a las generaciones desilusionadas que inundarán el siglo venidero.

La España de los Reyes Católicos, de los Habsburgos, archicatólica, archimonárquica, architradicional..., que todavía en el siglo XIX se levantaba con el grito tan castizo de "¡Viva la inquisición y muera la policía!", ¿cómo es posible que de golpe, y como por milagro, se hiciera liberal, demócrata, revolucionaria? Una historia oficial, escrita hasta ahora con inspiración y fuente liberal, nos ha impedido ver en toda su trascendencia cómo el carlismo es una clave para comprender nuestra historia. Los valiosísimos trabajos históricos de uno de nuestros mejores historiadores del siglo XIX, Suárez Verdeguer, han puesto recientemente de manifiesto hasta qué punto es trascendental y necesaria la revisión histórica de este siglo que ha solido presentarse desde miras muy parciales. Por lo que respecta a la significación histórica del carlismo, don Ramón de Nocedal decía: "nuestra bandera es anterior y muy superior al Duque de Madrid y al Conde de Montemolín y Carlos V, que nada pudieron darle ni quitarle, sino que recibieron de ella sus derechos a la cuestión dinástica, ideada y planeada por la revolución en daño de nuestra bandera. Los tradicionalsitas de hoy defendemos la misma bandera que los tradicionalistas de 1833 y 1848, con Carlos V y Carlos VI; la misma bandera que los tradicionalistas de 1822 y 1823 defendieron por Fernando VII y en 1827 contra Fernando VII, con evidente razón, a pesar de su legitimidad indisputada; la misma bandera que los tradicionalistas de 1809 y 1812 defendieron contra los jansenistas en las Cortes de Cádiz y en los campos de batalla contra los ejércitos de Napoleón". Esto último habría que subrayarlo de un modo especial, ya que entre nosotros, como insiste ecuménicamente don Eugenio d´Ors, no han existido entre nosotros guerras nacionales propiamente dichas, y con más sutilidad de lo que pudiera parecer a primera vista, afirmaba que la guerra de la Independencia había sido una guerra de Pérez Galdós. Igualmente lo que se ventiló en los campos de batalla de las guerras carlistas, como decía Menéndez y Pelayo y recordaba justamente en el centenario de estas guerras Eugenio Vegas Latapie en Accción Española, "fue una verdadera guerra de religión, que para desgracia nuestra tomó matiz dinástico". Don Antonio Machado decía "... que los españoles se dejarán matar mejor por Jesucristo, o por la libertad, o por el comunismo, que no por España..." "¡Tan universalistas somos!" exclamaba Maeztu, al comentar esta misma idea.
Por algo la "cuestión carlista -y este es otro pensamiento de Aparisi-, más que una cuestión española es una cuestión europea. Es más, mucho más que una cuestión política: es una cuestión social y religiosa; de suerte que en nuestros aciertos o errores está interesada Europa; y si es lícito usar de una fuente atrevida, no sólo están interesados los hombres, sino que lo está Dios mismo".

sábado, 12 de mayo de 2018

El Tradicionalismo español del siglo XIX (I)

En varias entradas extractaremos parte del prólogo del escritor grancanario Vicente Marrero Suárez a la selección de textos que él mismo hizo en "El Tradicionalismo español del siglo XIX", para la colección de Textos de Doctrina Política de Publicaciones Españolas. Dicho prólogo constituye una  síntesis bastante certera sobre la génesis y desarrollo del carlismo, con conclusiones que llegan hasta el siglo XX.

1. Las dos corrientes del siglo XIX: la liberal y la carlista.

Dos grandes corrientes actúan con toda claridad desde los comienzos del siglo XIX en la Historia de España: la liberal y, frente a ésta, lo que se ha llamado primero realismo y más tarde carlismo y tradicionalismo. En toda Europa, aunque el problema no se plantea de un modo tan radical como en España, sucede otro tanto. Tan es así, que historiadores de la talla de Leopoldo Van Ranke y Schnabel ven en la lucha entre monarquía y democracia el nervio central del siglo XIX. Democracia se entiende tal como fue acuñada en la baja Ilustración.
En España estas dos grandes corrientes suelen considerarse como una pugna entre absolutismo y liberalismo, como una lucha entre nuevos sistemas y viejo régimen, lo que fácilmente puede conducir al error. En y en otro bandos la mayoría de los diputados estaban de acuerdo en que debía hacerse una reforma, distinguiendo entre sí en el modo de proponerla.
Así, por un lado, se fue formando el bando liberal, y por el otro, primero, los realistas, con sus posiciones y manifiestos; después, en 1833, Don Carlos declarando la guerra, hasta que llegamos al año 1868, fecha memorable para el sector carlista, al engrosarse con grandes figuras del campo moderado, al mismo tiempo que toma más cuerpo la doctrina y gran pujanza en todo el país. Desde entonces se perfilaron las líneas y directrices que se han mantenido hasta el presente.

2. Realismo, carlismo, tradicionalismo.

La palabra realismo en las fuentes históricas, como dice Suárez Verdaguer, se emplea para designar a la corriente ideológica que desde las Cortes de Cádiz de 1812 hasta la guerra de los agraviados, en 1827, combate el liberalismo en todos los terrenos. La palabra carlismo se usa para ratificar las mismas ideas y los mismos nombres desde el momento en que Don Carlos se constituye en cabeza de esas ideas. La palabra tradicionalismo en muy tardía, y aparece en la segunda mitad del siglo, alcanzando vigencia en los años anteriores a la Revolución de 1868. A partir de esta fecha, los españoles comenzaron a alarmarse ante el auge de la revolución y el presentimiento de la quiebra de la monarquía de Isabel II.
Estas tres palabras, habitualmente se utilizan para designar el mismo hecho, significando confusamente, en el ánimo de la gente, lo mismo. La denominación de realismo cayó en desuso a partir de 1833. (...)
3, La dinastía y las ideas.

Por encima de un sistema, lo que caracteriza en España al campo carlista, si se le compara con otras tendencias tradicionales, fue su sometimiento leal a una dinastía que se consideró legítima desde su principio, que no claudicó, pese a sus muchas dificultades, en el ostracismo y que combatió sañuda y doctrinalmente todo lo que tuviera sabor liberal. Este es el secreto de la suprema madurez política de los carlistas frente a toda otra clase de tradicionalismo: el tener una dinastía que les unía ante las masas. El carlismo representa en el siglo pasado español [se refiere al siglo XIX, nota del transcriptor] a la ortodoxia monárquica, que reúne a los hombres en masas compactas y activas, y a la más estricta ortodoxia católica. Por el contrario, la monarquía liberal parlamentaria, aunque intente cubrírsele con salmodias religiosas, representa un principio, que hunde sus raíces en la honda intranquilidad social que conoció el mundo desde que el protestantismo hizo su erupción en la historia del espíritu de Occidente. María Cristina, como es sabido, se encontró con el dilema de conservar el régimen tradicional, reconociendo a Don Carlos, o de conservar la corona a cambio a cambio de reconocer el sistema liberal. (...)
La monarquía liberal, como la carlista, comenzaba en el trono, pero si la primera terminaba en la puerta del Palacio, la segunda llegaba al interior de los hogares españoles. La dinastía liberal no tenía pueblo; a lo largo de los siglos XIX y XX salió solitaria varias veces de España. El pueblo, en cambio, fue fiel a la dinastía carlista, batiéndose siempre que fue necesario por sus reyes y emigrando con ellos en grandes núcleos.


domingo, 6 de mayo de 2018

Rafael Gambra: Síntesis del Tradicionalismo

Resumiendo este “contenido esencial” del pensamiento tradicional –y del tradicionalismo político- hemos llegado a estas notas o determinaciones más comunes o generales:

-Concepción de la sociedad como comunidad, con un sobre-ti y una “ortodoxia pública” que en el pasado de nuestra civilización fue el régimen de Cristiandad.

-Fundamento familiar de la sociedad, y sentido de pietas patria que alcanza hasta la concepción del poder.

-Estructura corporativa e institucional de la sociedad y jerarquización teleológica.

-Principio general de “subsidiariedad” en la aplicación  del poder con respeto a la global “soberanía social” y a las foralidades locales, territoriales, profesionales.

-Representación orgánica.

Rafael Gambra Ciudad. Tradición o mimetismo
Rafael Gambra luchó en defensa de la unidad católica y la confesionalidad de España. Su doctrina política era básicamente una renovación de los supuestos de Vázquez de Mella. Gambra concibe la vida humana, no como autorrealización o liberación de trabas, sino como entrega o compromiso e intercambio con algo superior que se asimila espiritualmente. Ligado a esto se encuentra la concepción de la sociedad como una organización en el espacio y en el tiempo. La sociedad es una proyección de las potencialidades humanas, incluida la individualidad; y que tiene igualmente una fundamentación religiosa, ya que sus orígenes se encuentran en unas creencias y en una cosmovisión colectiva. Si el hombre es un compuesto de alma y cuerpo llamado por la gracia al orden sobrenatural y, por otra parte, la sociedad emerge como eclosión de la misma naturaleza humana, también la de un poder en alguna manera santo y sagrado, es decir, elevado sobre el orden puramente natural de las convenciones o de la técnica de los hombres.

A partir de tales planteamientos, Gambra defiende una concepción organicista de la sociedad y el régimen monárquico tradicional y federativo. El principio representativo se encuentra encarnado en la corporación. El proceso federativo consiste en la progresiva superposición y espiritualización de los vínculos unitarios, contrapunto del Estado liberal o de la nación sacralizada de los fascismos y de los separatismos nacionalistas. El federalismo es, según Gambra, algo radicado en la misma historia de España, porque en su seno perviven y coexisten  en su superposición mutua regiones de carácter étnico, como la vasca; geográficas, como la riojana; políticas, como la aragonesa o la Navarra. El vínculo superior que las une es la catolicidad y la Monarquía. 

sábado, 5 de mayo de 2018

António Sardinha: la democracia, camino a la plutocracia

El camino al plutocratismo

"¡Se equivocan los humildes si en las promesas falaces del error democrático suponen encontrar la realización de sus oportunas reivindicaciones!.

Un siglo entero de experiencias dolorosas nos demuestra que nunca la suerte de las clases pobres puede ser tratada y mejorada por los gobiernos salidos del voto que son estructuralmente gobiernos sujetos, por defecto de origen, a la venalidad y a la corrupción.

La propiedad y el trabajo, constituyendo la piedra angular de la familia, son los cimientos inalienables de la nacionalidad. Para el cosmopolita es más fácil eludir sus responsabilidades sociales, el capital necesita limitarse a sus defectos de relación entre la tierra y el hombre. Los desafueros del librecambismo, implicando y universalizando a la sociedad por medio de la judería argentaria, nos empujan fatalmente hacia la disolución del concepto supremo de la Patria. Impiden por otro lado al obrero jerarquizarse como una energía positiva y autónoma.

Las democracias resultan de aquí, ahora y siempre, como las formas de gobierno más aptas para la supremacía de la alta finanza... La inestabilidad del poder en los gobiernos electivos y su conquista por la corrupción electoral los hace por naturaleza regímenes abiertos como ningún otro a las imposiciones del Plutocratismo".

António Sardinha em "Durante a Fogueira".
António Sardinha, amigo personal de Juan Vázquez de Mella, fue el principal referencia doctrinaria del Integralismo Lusitano. Defensor de la monarquía tradicional, orgánica y antiparlamentaria, propuso una alianza entre la monarquía española y la portuguesa. La Alianza Peninsular entre ambas monarquías sería, basada en su unidad espiritual, el punto de partida para la constitución de una amplia Comunidad Hispánica, como base firme en la que se asentaría la supervivencia de la civilización occidental. Tesis panhispanista central en su pensamiento, junto al corporativismo y el ruralismo.

viernes, 4 de mayo de 2018

Conclusión de Don Sixto Enrique en el homenaje a Charles Maurras

Conclusión de Don Sixto Enrique de Borbón en el homenaje a Charles Maurras por el 150 aniversario de su nacimiento

Reverendos señores, estimados amigos:

Podemos decir que Maurras es un físico de la política que hace  “borrón y cuenta nueva” de las ideologías para tratar/abordar la realidad política según los métodos de la ciencia contemporánea. Como consecuencia la única doctrina política coherente de su tiempo es una física social.

EL NACIONALISMO INTEGRAL, la única doctrina susceptible de garantizar la cohesión y supervivencia del pueblo de Francia a través de los vaivenes de la historia. No se trata de la ficción de la voluntad general que hace una nación, sino de una comunidad de destino experimentada en una lengua-idioma, unas tradiciones, unas costumbres, unos usos, un legado común. La búsqueda de la sostenibilidad de la nación debe llegar hasta el fondo de las cosas.

LA MONARQUÍA HEREDITARIA, única forma de asegurar la identidad y la continuidad de la nación, en contra de un electoralismo que favorece la cizaña y suscita inevitablemente la división, inspirando una competición mortal en vistas de la conquista del poder. En lo alto se sitúa la autoridad para que sean protegidas las libertades “de abajo”. Es el ejercicio constante del principio de subsidiariedad.

EL EMPIRISMO ORGANIZADOR, se somete la iniciativa a la verificación de la experiencia y la tradición. En Martigues, Maurras parte de los usos ancestrales de las cofradías de pescadores para diseñar la regulación actual: “Lo que nuestros ancestros han hecho por costumbre y por sentimiento, hay que continuarlo nosotros mismos con la seguridad y la nitidez científica, por razón y por voluntad”.

POLÍTICA PRIMERO es la consigna caricaturizada por los demócratas cristianos. Esto quiere decir que los bueyes pasan por delante del arado, los medios antes del fin. Es puro y simple realismo. “La política es el arte de las necesidades de la vida”. Contra las codicias imperialistas del extranjero y las potencias feudales y del dinero al interior, la monarquía capetiana no ha actuado jamás de otra manera”.

El rechazo de Maurras hoy en día significa que los franceses no se quieren ni entre ellos mismos como franceses- y esto ha sido siempre la pesadilla de Maurras.

Maurras sigue vivo, ¿no era él quién escribía en Acción Francesa el 26 de septiembre de 1935: “El nacional-socialismo es el Islam del norte”?
Sábado 21 abril, Homenaje a Charles Maurras en Aviñón. Bajo la presidencia de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón. Organizado por  Amitié et Action Française

Similitudes y diferencias entre el carlismo y el pensamiento de Charles Maurras

jueves, 12 de abril de 2018

Presentación de "Una resistencia olvidada" en Castellón

Víctor Javier Ibáñez ha presentado dentro del ciclo de tertulias literarias de la Librería ARGOT ( Calle San Vicente, 16- Castellón de la Plana), el libro "Una resistencia olvidada. Tradicionalistas mártires del terrorismo" este jueves 19 de abril a las 19 horas.

Las tres tesis principales del libro son: cómo carlismo y nacionalismo han estado radicalmente enfrentados; cómo la mayoría de los civiles asesinados por los etarras fueron tradicionalistas; cómo sólo se puede explicar el dominio nacionalista en Vizcaya y Guipúzcoa por el gran éxodo de vascongados por culpa de la amenaza terrorista, y cómo entre los primeros trasterrados estaban destacadas familias carlistas. En definitiva un importante libro que desmiente de raíz la falacia, que sigue repitiéndose hoy en día hasta la saciedad, de una connivencia entre los nacionalismos y el carlismo, cuando en realidad hay una oposición frontal de posicionamientos y su enfrentamiento ha llegado hasta el asesinato más vil por parte del separatismo anti-vasco de ETA. La primera resistencia al separatismo de ETA, no partió de los planteamientos "constitucionalistas" sino de lo más profundo de la Tradición vasca y española. El libro lo documenta para dar a conocer esta, interesadamente, olvidada resistencia.

En la presentación hubo un recuerdo para las víctimas del terrorismo etarra en Castellón, como Clément Perret, empresario francés de 45 años, asesinado el 16 de agosto de 1985, un pied noir ex militante de la OAS defensor de la Argelia francesa. Entre los asistentes cabe destacar la presencia de Vicente Porcar, histórico militante carlista de Castellón, condenado por el TOP franquista a seis meses de cárcel en 1970, por pintadas legitimistas y la escritora de temas castellonenses Lledó Climent.

El libro, ya presentado en Madrid, Palencia, Santander, Barcelona, Alicante, Valencia, Albacete, Cádiz, Córdoba, Sevilla, Granada, Bilbao, Pamplona, y Castellón y próximamente en otras capitales de las Españas, está a punto de agotar su primera edición.
El libro puede conseguirse en Castellón en la propia Librería Argot o solicitarse desde cualquier lugar a: info@edicionesauzolan.net o en el facebook de Ediciones Auzolan, PULSAR AQUÍ

domingo, 8 de abril de 2018

La Monarquía Hispánica, más allá de un “Imperio” y de la Imperiofobia

 
La Monarquía Hispánica, más allá de un “Imperio”

Publicado en octubre de 2016 su primera edición el libro Imperiofobia y leyenda negra de María Elvira Roca Barea, por la editorial Siruela, llega en 2018 a las dieciocho ediciones, alcanzado la consideración de fenómeno editorial. El libro  comentado consta de 481 páginas y su tema es la Leyenda Negra anti-española, término usado por primera en España como carácter de denuncia, por la escritora carlista Emilia Pardo Bazán, tal como recoge el libro. El libro contiene dos tesis fundamentales.

Una primera es la afirmación de que la Leyenda Negra fue un invento propagandístico de los enemigos del Imperio español, mera obra de propaganda de guerra. Una monumental mentira histórica, falsa en todo su contenido. Así de clara y contundente se manifiesta la académica malagueña. Repasa las guerras de religión, la inquisición, la conquista de América... aportando los suficientes datos para demostrar, fuera de toda duda, su afirmación. La Leyenda Negra existió, lo demuestra, es una falsedad, lo demuestra, y sigue operativa, lo demuestra. No es producto de una manía conspiratoria de cierta derecha que imagina contubernios y conjuras anti-españolas.

En segundo lugar se presenta una aproximación al concepto de Imperiofobia como fenómeno de envidia ligado a los grandes Imperios, y que habría generado las Leyendas Negras de estos. Estudiando los casos de Roma, Rusia y Estados Unidos, pretende analizar con más profundidad y mejor perspectiva el Imperio Español. Es aquí donde encontramos ciertos desenfoques y equívocos, que es conveniente señalar.

Empezaremos por matizar que la denominación Imperio Español es un puro convencionalismo, pues jamás existió el título legal de Imperio en las Españas americanas, por más que las analogías  con la Roma imperial y el confusionismo histórico al coincidir en Carlos I de Castilla y Aragón el título de Emperador hayan extendido esta convención. En puridad España fue una Monarquía misionera en la forma y en el fondo fue absolutamente distinta de las iniciativas imperialistas de índole netamente mercantil alumbradas fuera del catolicismo, en el mundo pagano y especialmente por el protestantismo y el liberalismo. Así no es dable trazar una secuencia entre la obra de España en América con los ejemplos propuestos, a excepción, en parte, de la Roma imperial, como civilizadora y sublimadora de pueblos.

La autora establece la tesis de que las causas que dan lugar a este fenómeno son en el fondo comunes; un odio y una envidia de naciones dominadas, básicamente oligarquías locales, sometidas a un poder nacional extranjero centro del Imperio. La raíz sería, por tanto, preferentemente de tipo nacionalista, una especie de racismo hacia arriba, hacia el dominante. Las causas del odio a España serían comunes a los odios a otros imperios, especialmente a Estados Unidos. La tesis no hace los necesarios distingos entre críticas verdaderas o falsas, y las necesarias precisiones sobre los principios rectores de cada imperio y su verdadera significación. Simplemente se limita a trazar un mínimo común denominador en torno a una discutible categoría de Imperio. Ciertamente que la Leyenda Negra creó una verdadera hispanofobia que se convirtió en el eje central del nacionalismo luterano y de otras tendencias centrífugas que se manifestaron en los Países Bajos e Inglaterra. Odio a lo español, traducido en propaganda y mentira. Pero, tenemos que añadir que no fue únicamente odio nacional, sino que conlleva un fuerte componente específico de odio ideológico.

La Leyenda Negra es asumida íntegramente por el liberalismo español del siglo XIX y posteriormente por  parte de la izquierda (ejemplos de honestidad intelectual fueron Claudio Sánchez Albornoz e incluso desde la Historia del Derecho Gregorio Peces-Barba, conceptuando las Leyes de Indias como “el primer código de derechos fundamentales”) y por todo el progresismo, siendo una de las causas de la generación del artificial  “problema de España”. En los ilustrados españoles es la aversión de lo católico lo que hace problemático lo español, al carecer de causas explicativas de envidia y odio nacional hacia el dominador extranjero. Más que de hispanofobia, tendríamos que hablar, por tanto, de catolicofobia, aunque ambos conceptos se mezclen y hasta puedan confundirse. Ese odio ideológico demuestra cuánto hay de anti-catolicismo en la Leyenda Negra, más allá del componente puramente nacional.
María Elvira Roca Barea

Se puede comprender en cierto modo la perspectiva de la autora, a la que aludimos, por un fragmento de la Introducción del libro. María Elvira Roca reconoce no conocer bien el catolicismo (incluso sus claras discrepancias), lo que por un lado explica su acento en la hispanofobia y no en la catolicofobia en la tesis del libro, además de resultar paradójico porque el Imperio español defendido en el mismo, era movido precisamente por esa moral católica que la autora critica. Limitación de enfoque en la autora, que afecta la conceptualización profunda del caso español y los odios que generó, muy distintos a los de otros Imperios:


“El primero tiene que ver con el tema de este libro, que está irremediablemente vinculado a creencias e ideologías. Y sé que la primera tentación de muchos lectores será saber desde qué punto de vista ideológico está escrito, para así determinar si le merece confianza o si vale la pena leerlo. No veo inconveniente en facilitar este escrutinio. No tengo vínculo de ninguna clase con la Iglesia católica. Pertenezco a una familia de masones y republicanos y no he recibido una educación religiosa formal. Auscultándome para ofrecer al lector una radiografía lo más precisa posible, me he dado cuenta de que la persona de religión con quien más trato he tenido ha sido el reverendo Cummins de la parroquia baptista de Harvard St. (Cambridge, MA), un hombre bueno y un cristiano ejemplar. No comparto con el catolicismo muchos principios morales. Las Bienaventuranzas me parecen un programa ético más bien lamentable y poner la otra mejilla es pura y simplemente inmoral, porque nada excita más la maldad que una víctima que se deja victimizar. Defenderse es más que un derecho: es un deber. Dos principios católico-romanos me resultan admirables y los comparto sin titubeo, a saber: que todos los seres humanos son hijos de Dios, si lo hubiera, y que están dotados de libre albedrío. Es extraordinario que la Iglesia católica jamás haya coqueteado con esa idea aberrante, madre de tantos demonios, entre ellos el racismo científico, que es la predestinación”.


Es necesario puntualizar las afirmaciones contenidas en este fragmento, porque afectan al hilo conductor argumental de la tesis del libro. La base de la moral católica está en el Decálogo que revela positivamente la propia Ley Natural. El Decálogo es profundizado en el cristianismo en el Espíritu de la Ley, que se manifiesta por Jesucristo en las Bienaventuranzas. Camino de perfección espiritual. Son además una promesa de Dios, escatológica, que manifiesta la certeza de una aspiración del ser humano, el anhelo de Justicia. El reclamo de los inocentes y los justos de todos los tiempos, a los que Dios da la seguridad del cumplimiento perfecto de la Justicia en el Reino de Dios. En la recopilación de todas las cosas en Cristo que cumple ese anhelo del hombre, de que el Bien, la Verdad, y la Justicia tendrán la última palabra en la vida humana, más allá de las contingencias y avatares temporales. La promesa de Dios, contenida en las Bienaventuranzas, es igualmente el reverso de todas las utopías justicieras que se manifiestan en las ideologías revolucionarias, que como religiones sustitutorias secularizadas intentan inmanentizar ese anhelo humano a la justicia, trayendo el reino de Dios a la Tierra, vieja herejía de signo joaquinista, revivida por los milenarismos ideológicos modernos de origen protestante, que sólo han traído violencia y caos. Que las Bienaventuranzas no son fuente de resignación y pasividad ante la realidad del mundo lo demuestra que fue el catolicismo quien engendró y vivifico la obra civilizadora de la Monarquía Hispánica, que no era sino una Cristiandad menor, una vez fracturada la mayor por el protestantismo, realizando en lo posible dentro de la realidad limitada y contingente del hombre y de su naturaleza caída, una obra magna al servicio de la Justicia. Obra de la moral católica imperante en el orbe español. Los propios hechos narrados en el libro, bastarían para desmontar esa crítica a lo “lamentable” de la moral católica.

A renglón seguido la autora hace referencia a la sentencia escriturística de la “otra mejilla”. Tampoco aquí parece comprender el principio católico. El catolicismo enseña siguiendo a Santo Tomás, que la “Gracia no destruye la naturaleza”, es más, la presupone. Este axioma es básico en toda la filosofía católica, por dicha razón y una vez más el catolicismo asume el Derecho natural, que incluye lógicamente el derecho a la legítima defensa, y el combate contra el mal. La frase debe ser interpretada como la necesidad en el hombre de la virtud de la templanza y la mesura. El hombre debe ser pacífico, ni vengativo, ni violento. Otra dialéctica aparece, sin embargo cuando lo ofendido no es uno mismo, sino realidades que están por encima del hombre: el hogar, la familia, la patria, la religión; allí aparece Jesucristo echando violentamente a los mercaderes del templo con un látigo. La realidad de Las Españas aúreas, movidas por la moral católica, en defensa férrea de la Verdad, el Bien y la Justicia, vuelven a desmentir la afirmación de la autora, que más parece fijarse en una enseñanza de un cristianismo modernista filo-protestante, que en la auténtica Tradición Católica de siglos.

Termina María Elvira Roca afirmando que hay dos principios católicos que si admira. Y ciertamente la Iglesia salvó la libertad humana y su dignidad en las aulas de Trento frente a la predestinación luterana, como recuerda Ramiro de Maeztu en su Defensa de la Hispanidad, y la España católica defendió esas verdades con sus Tercios en los campos de Flandes, defendiendo no a un Imperio español, mera unidad política, sino a una Monarquía Misionera Católica, portadora de la Verdad y la Justicia. Defensa con la mano derecha, con la mano de la pluma y la espada.

En este sentido nos vuelve a parecer reduccionista conceptualizar la revuelta luterana por su significación nacionalista, sin incluir sus consecuencias económicas y políticas (capitalismo y liberalismo) derivadas de su error religioso. Fue el error religioso (herejía) el que llevó a un error político (liberalismo) y a un error económico (capitalismo), en fatal y lógica correlación. La autora no entra en la complejidad del tema, careciendo de una mirada, ya no teológica, sino filosófica sobre los hechos históricos. Al final pareciera que el Imperio de Carlos V fuera un anticipo de la actual Unión Europea, y que todo se redujera a un enfrentamiento entre una concepción unitaria política liderada por España y el nacionalismo. 
La carga ideológica de la autora (sus alabanzas a EEUU, y a la Unión Europea nos dan bastantes pistas interpretativas) pesa mucho en la tesis del libro, que será del gusto de los “patriotas seculares” del nacionalismo español que se extasían con las pobre visión épica alatristeniana, donde se presenta una suerte de nihilismo heroico vacío del patriotismo español, fruto del deficiente conocimiento de lo que fue nuestra realidad histórica, donde lo católico no es un mero adjetivo sino el verdadero sustantivo.

Pese a esas confusiones nos parece un material interesante. Celebramos que desde los más diversos orígenes se abra paso la denuncia de la oscura leyenda antiespañola, que tuvo entre sus mejores develadores del siglo XX al protestante estadounidense Philip Powell, fundamentalmente a través de su libro The Tree of Hate: Propaganda and Prejudices Affecting Relations with the Hispanic World y al francés Jean Dumont, cuya obra fue publicada en español gracias en gran parte a la difusión por el carlismo y al mecenazgo de la Fundación Elías de Tejada. Precisamente los materiales propuestos en el notable libro al que hacemos referencia merecen ser acotados con la ya clásica definición de Elías de Tejada para entender la Historia de la Monarquía Hispánica de forma cabal:


“(…) las Españas fueron una Monarquía federativa y misionera, varia y católica, formada por un manojo de pueblos dotados de peculiaridades de toda especie, raciales, lingüísticas, políticas, jurídicas y culturales, pero, eso sí, todos unidos por dos lazos indestructibles: la fe en el mismo Dios y la fidelidad al mismo Rey. Tan cierto es esto que dos hechos aparecen con luminosidad cegadora a cualquier estudioso de nuestros años magnos: primero, la monarquía era tan varia que hasta en los títulos variaba, pues que no había Rey de España, sino rey de Castilla o de Nápoles, duque de Milán o del Brabante, señor de Vizcaya o de Kandi, marqués del Finale o de Oristán, conde de Barcelona o del Franco-Condado; segundo, cada una de estas arquitecturas políticas de las Españas supusieron la autonomía institucional y la libertad, autonomía y libertad perdidas por dichos pueblos desde Cerdeña al Artois o desde Flandes a Sicilia, cuando la fuerza de las armas --y quede claro que jamás la voluntad de los pueblos españolísimos siempre-- las hicieron salir de la confederación de las Españas”.

Francisco Elías de Tejada. El Franco-Condado Hispánico. Ediciones Jurra, Sevilla 1975. Capítulo I Puntos de Partida. 1. Presupuestos doctrinales.

jueves, 29 de marzo de 2018

Luz mediterránea frente a bruma germánica, el batallón literario de Charles Maurras

LUZ MEDITERRÁNEA FRENTE A BRUMA GERMÁNICA, EL BATALLÓN LITERARIO DE CHARLES MAURRAS

La vasta, variada y aunque en algún punto paradójica producción literaria de Charles Maurras tiene entre sus ejes vertebradores más señeros la búsqueda de un equilibrio estilístico y estético asentado en el orden filosófico y metafísico de la tradición clásica grecolatina. En parte como reacción al romanticismo imperante, de matriz germánica, en última instancia de inspiración protestante y generador en la práctica de las gran herejía política del totalitarismo[1] racista y expansionista[2].

"el romanticismo no es sino una continuación literaria, filosófica y moral de la Revolución" (Charles Maurras)

La idea latina había sido vigorizada durante la segunda mitad del XIX por los felibres, entre los que en justicia se ha de contar al propio Maurras. La estandarización liberal de la lengua d’Oi como “francés” fue una de las mayores aberraciones de la Revolución. Junto al cultivo literario culto y popular, trovadoresco, y su mayor riqueza léxica y musical las lenguas d’Oc eran habladas por más del 70% de los franceses antes de la Revolución, a pesar de la usurpación de esas tierras tras la batalla de Muret y las continuas jugarretas de la monarquía de París contra la misma. En la recuperación de las mismas tuvo un puesto destacado Maurras, así como en la configuración junto a Mistral de un armazón teórico, la Latinidad, que acabó trascendiendo el ámbito estrictamente provenzal y sobre el que convergieron felibres y escritores empeñados en la recuperación del orden clásico. Paradójicamente en el maltratado Mediodía, tierra de tauromaquia y vino cuyo destino natural debería haber estado en la Hispanidad, encontró la decadente Francia postrevolucionaria razones para su renacimiento ante el avance triunfal del pangermanismo tanto en el campo de Marte como en la batalla de las ideas, con el kulturkampf como paradigma de una filosofía y unos universos conceptuales que rompían con la tradición latina.
Es este impulso de regeneración estética sustentado en la postulación de la necesidad de reencontrar unas formas estéticas propias del espíritu meridional occidental, clásicas por ello mismo, y genuinas en todo el arco mediterráneo, lo que desembocará en un movimiento más profundo de regeneración moral que será la Acción Francesa.

Jean Touchard señalará como Maurras sustituye el tradicionalismo romántico de Chateaubriand o de Barrés por un pensamiento clásico, apasionado por la razón y la medida, mediterráneo: "Ese pensamiento de Maurras que siente el pino y el olivar, el sol y la cigarra". Nacionalismo ateniense, dice Thibaudet, que subraya igualmente la influencia del orden romano sobre su doctrina.

Este impulso se proyecta en una inmensa influencia sobre algunos de los intelectuales y artistas más sobresalientes de la primera mitad del siglo XX, no solamente en Francia sino particularmente en el mundo hispánico, con Eugeni d’Ors, José María Salaverría, Manolo Hugué, Joaquín Zuazagoitia, Josep Vicenç Foix, Josep María Junoy (que en sus apologéticas disertaciones del pensador provenzal lo catalogó como “el Gran Latino” y “el pensador actual de la Mediterraneidad por excelencia”), Joan Estelrich, Josep Pla y el llamado Noucentisme o la Escuela Romana del Pirineo liderada por Ramón de Basterra. Y en última instancia sobre la confluencia de diversas opciones antirrevolucionarias en Acción Española, de la que el Carlismo no estuvo al margen. Sobre la asunción de la idea de Latinidad por el Carlismo ya la hemos apuntado en algunos artículos específicos (PULSAR AQUÍ)

Por tanto comprender al Maurras político, condenado injustamente al ostracismo de la corrección tras la inmoral represión física gaullista, requiere una aproximación preliminar a una cosmovisión que no es sólo estética ni estilística sino integral. Maurras recorre un itinerario intelectual desde la crítica literaria hacia la militancia política y la elaboración doctrinal. El romanticismo estético y literario, cuyo origen se encontraba en Rosseau, suponía una reacción contra la autocomprensión del clasicismo francés, sustituyendo el concepto aristotélico de orden y perfección por el de creación personal y progreso. Los románticos ponían en cuestión la imitación de los modelos antiguos con argumentos individualistas y sentimentales, relativizando los criterios de belleza objetiva sustraída al paso del tiempo, convirtiéndose en sinónimo de anarquía social y política[3].

Thomas Molnar señaló a este respecto:

El ideal griego le acompañaría hasta el fin como signo de perfección, cima de plenitud, punto de referencia, y una especie de control interior. (…)
Para Maurras, los germanos eran los “otros” por excelencia (protestantes, románticos, sentimentales y bárbaros), y frente a ellos el positivismo que representaba la racionalidad francesa (greco-latina), la lucidez y políticamente la mejor organización partiendo de un principio. El clima ideológico para esta visión fue la claridad del aire mediterráneo, el sol en lo más alto del mediodía, el silencio y equilibrio celebrado por el gran poema Le cimitière marin de Paul Válery —oscuridad germana frente a luminosidad francesa. La sabiduría de los sabios pre-socráticos fue cercana a esta visión “provençal”.

Charles Maurras, modelador de una época. Thomas Molnar. Págs. 371 y 372. Verbo, 385-386.
Esta cosmovisión se concretó antes que la Acción Francesa fundamentalmente en la Escuela Románica, pese a que Maurras desechase todo protagonismo en la misma.

El proyecto de Escuela Románica no es sólo poético, sino que plantea también la cuestión del comportamiento del ser frente a la existencia: ¿es la vida un exilio, una maldición (idea romántica) o una morada y contemplación basada en un cierto ordo mundi (idea clásica)?
Charles Maurras. El caos y el orden. Stéphane Giocanti. Pág. 125. Para su versión en español Editorial Acantilado, Barcelona 2010.

Este círculo de jóvenes escritores, surgido como reacción al Simbolismo dominante en las letras francesas, reclamó la vuelta a la estética clasicista. Maurras expuso sus ideas estéticas en su obra Anthinéa (1901), un recorrido por el arte clásico a través de un viaje imaginario por Grecia. En 1925 publicó su ensayo Barbarie et poèsie, en el que expuso una visión crítica del romanticismo y una vehemente defensa del clasicismo literario. Este mismo año publicó su poemario Musique intérieur.

Las líneas básicas del idearium estético serían:

Sometimiento del sentimiento y la razón al orden; con su secuencia de orden, forma y belleza, propia de la tradición mediterránea, con la transposición de la proporción aurea a las formas literarias, frente al desorden de la tiranía del deseo desmedido y sentimentalismo, propio de la estética germánica, y frente a la tiranía de la razón, característica de la Francia decadente posrevolucionaria.

Realismo organizado en la inteligencia, desde el tradicionalismo y clasicismo en busca de armonía y serenidad clásicas. Esa organización del realismo era la medida exacta de idealismo oportuno: ni naturalismo ni abstracción.

Equilibrar las pasiones en torno a una medida y un orden.

Seguramente donde mejor se haya expresado esta dimensión sea en el célebre poema de Ioannis Papadiamantopoulos, Jean Moréas:

No digáis que la vida...

 No digáis que la vida es un festín alegre;
 Lo dice un alma tonta o bien un alma baja.
 No digáis sobre todo: es desdicha sin fin;
 Lo dice un alma débil que temprano se cansa.

 Reíd como las ramas en primavera agítanse,
 Llorad como los vientos o la ola en la playa,
 El placer y el dolor padeced y gozad; y decid:
                         Es mucho todo esto y es la sombra de un sueño.



[1] Al totalitarismo fascista italiano lo calificó de “falso, negativo y delirante”.
[2] La animadversión al nacionalismo era mucho mayor incluso que al fascismo. El nacionalismo era para Maurras “heredero de Kant, Rosseau y los jacobinos”.
[3] Por ello resulta un tanto contradictorio el juicio de Nicolás Gómez Dávila al señalar que: «Al identificar romanticismo y democracia, condenando así el romanticismo, Maurras cayó en un terrible error. Al condenar el romanticismo, Maurras condenaba el pensamiento reaccionario y adoptaba una ideología revolucionaria en nombre de la contrarrevolución».

martes, 27 de marzo de 2018

Similitudes y diferencias entre el carlismo y el pensamiento de Charles Maurras

Aviñón 21 abril 2018. Homenaje a Charles Maurras (1868-1952). Bajo la presidencia de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón. Organiza: Amitié et Action Française

Charles Maurras se opuso con firmeza al "monstruo de las tres cabezas", de las tres "R", que invadían Europa: Reforma, Romanticismo y Revolución, provenientes de las brumas norteñas del germanismo. Subjetivismo y sentimentalismo, en suma, provenientes de la Prusia bárbara, oponiendo con fuerza la afirmación latina: católica, clásica y monárquica; orden, claridad, racionalidad, de estirpe greco-romana. Su recio combate desde la Acción Francesa contra la disolvente República y sus principios laicistas y secularizadores, con la afirmación de que "la única base para la latinidad lo constituye el catolicismo" y  su afán por la restauración monárquica en Francia. Lo sitúan, sin duda, como un oponente lúcido al curso político decadente nacido desde la Revolución francesa.

Su enfrentamiento teórico y práctico contra el sistema parlamentario liberal, del que denunció sus mitos y sofismas, y contra el centralismo jacobino, con su  aferrada defensa de la lengua occitana y del regionalismo, son rasgos puntales de su trayectoria vital y política contra-revolucionaria.

El gran movimiento intelectual  creado por su influencia es de gran interés para el tradicionalismo hispánico, con las salvedades contextuales de su origen en el positivismo y allende de los Pirineos, donde la devastación moderna había arrasado los rescoldos de la sana filosofía y la Tradición. Su postrera estigmatización personal, verdadera venganza política, tras la II Guerra Mundial, es una verdadera infamia, injusta a todas luces, impuesta por los poderes plutocráticos vencedores en la contienda y deseosos de acallar cualquier resistencia cultural al avance de la Revolución liberal y marxista. Un intento de criminalización intelectual de la disidencia al mundo moderno, que el gran pensador provenzal tuvo que sufrir.

"Nuestra fase de nacionalidades, abierta por la Reforma y la Revolución, es una decadencia. No hay que ilusionarse, el género humano no ha progresado desde que está encerrado en los marcos estrictamente nacionales. La humanidad civilizada tenía en otro tiempo, por límite y garantía la Cristiandad Católica...Dicha garantía y dicha frontera se han estrechado a la medida de las nacionalidades. Es una pérdida".

Charles Maurras. L´Ordre et le Désordre

El agnosticismo personal, el positivismo filosófico y el contexto francés, sin luda, alteran cuando no invierten la perspectiva. No podría haber sido de otro modo. Así, resaltan las convergencias tanto como las divergencias entre el planteamiento carlista y el maurrasiano. Cuando los pensadores y los reyes carlistas insistían en que la “unidad católica” constituía el fundamento del tradicionalismo y su defensa el primer principio político, decían algo semejante sin duda a lo expresado por el gran escritor provenzal, pero también algo sensiblemente distinto. Pues detrás de la postura hispánica se encontraban el tomismo y el magisterio pontificio (indubitado en este punto hasta el II Concilio Vaticano en la adhesión a la constitución cristiana de los Estados) que, de consuno, concluyen: salus animarum suprema lex. Mientras que desde el ángulo francés se combinaba el positivismo y el nacionalismo: salus reipublicae suprema lex. No sé si se ha tenido suficientemente en cuenta lo anterior a la hora de motejar de “nacional-catolicismo” la postura del tradicionalismo hispano. 

Un segundo ámbito en el que pueden seguir rastreándose las diferencias es el de la articulación de las sociedades. Para Maurras la génesis de la sociedad se realiza en dos tiempos o procesos independientes que responden a dos causalidades diferentes: la formación propiamente tal de la sociedad, de la familia hasta la nación, es un proceso natural y casi biológico, desarrollado según leyes científicas; sobre el que la acción del espíritu, regido por la libertad y la moralidad, tiende a elevar la vida colectiva a un nivel más alto de espiritualidad y de cultura. Tesis que difiere profundamente de la concepción aristotélica y clásica de la sociedad, en la que no cabe esa disociación entre orden de la naturaleza y orden del espíritu, entre sociedad y civilización. Si se parte de la unidad sustancial del hombre y su sociabilidad natural la sociedad es un producto de la naturaleza humana entera, de modo que en la más pequeña y primitiva célula social ha de reconocerse ya el sello del espíritu y, con él, de la moralidad.

Lo anterior podría llevarse hasta los ámbitos más diversos, de la concepción de la nación, del “fuero” y de la propia monarquía.

El nacionalismo "integral" de Maurras no era intencionalmente un nacionalismo revolucionario. Pero otra cosa es que quizá a la larga lo haya podido reforzar, pues después de 1789, en Francia, lo que quedaba del viejo patriotismo tradicional ha sido engullido por el nuevo revolucionario, ideológico y humanitarista surgido de la Revolución francesa, quid pro quo al que la escuela maurrasiana finalmente habría contribuido. Esa distinción entre las “dos patrias” conserva también todo su valor en España. Sin embargo, entre nosotros, a diferencia de lo acaecido ultrapirineos, el pensamiento tradicional no ha contribuido a la mixtificación denunciada, ya que desde siempre y hasta hoy ha separado la tierra de los padres y la “ideología” nacional, con distingos terminológicos o conceptuales más o menos afortunados pero siempre netos.

Pasemos al “fuero”. Maurras citó en una ocasión la fórmula, que dice haber oído en castellano a un nacionalista (francés), “un césar con fueros”, como expresiva del régimen ideal. Donde "césar" significa "una autoridad enérgica". Y “fueros”  “libertades municipales y provinciales”. Y añade: “Pero este nacionalista hablaba español y latín. Hablando francés hubiera dicho, poco más o menos, como el conde de París: "Estado libre, municipio libre" [...]”. Aunque también es cierto que, en otra ocasión, a propósito de estudiar la descentralización, marcó con claridad las insuficiencias de ésta de ésta en relación con el federalismo, que —al menos en una de sus versiones— podría aproximarse al “fuero”. Este, sin embargo, no sólo implica mucho más que las libertades municipales, sino incluso que el federalismo. Pues pertenece a un contexto que no es el del Estado moderno, sino el de la comunidad política del medioevo. Que en el mundo hispánico se prolongó en la monarquía de la Casa de Austria, mientras que en Francia desapareció precisamente por la centralización regia. El pensador francés, pues, se aproxima una vez más al universo conceptual del carlismo, pero también aquí quizá quede nuevamente distante de su comprensión última. 
Lo anterior alcanza también a los caracteres identificadores de la monarquía, que para Maurras no eran otros que tradicional, hereditaria, antiparlamentaria y descentralizada. Y que, de nuevo, tienen una menor densidad teórica que los de tradicional, social, representativa y foral propios del pensamiento carlista. Pues lo que en aquél se presenta en términos puramente negativos, de oposición al parlamentarismo y a la centralización, en éste aparece formulado positivamente. En efecto, hallamos el valor y sentido de la monarquía hereditaria (aristocrática), de la representación corporativa (popular) y del proceso de integración histórica (federativo o foral) en la formación de la nacionalidad española. La imagen conductora de la monarquía, caracterizada como social, tradicional y representativa, encaja pues en la gran tradición del régimen mixto y del gobierno templado. La monarquía entraña, en primer lugar, y como punto de partida, la idea de un gobierno personal -aunque cohonestado, como acabamos de ver, en ciertos sectores con los principios aristocrático y democrático—, y también la de un poder en alguna manera santo o sagrado, es decir, elevado sobre el orden puramente natural de las convenciones o de la técnica de los hombres, ideas que la hacen incompatible en el fondo con el régimen parlamentario liberal nacido de la teoría de la soberanía popular. Finalmente no ha de olvidarse que Maurras, en pro de fusionismo dinástico, también de origen nacionalista, sostenía la restauración en los Orleáns. Lo que para los carlistas resultaba doblemente odioso, pues al regicidio y a la usurpación sumaban el desconocimiento de los derechos de los príncipes carlistas como sucesores del Conde de Chambord.
Puede concluirse, pues, que el carlismo vive y explica una tradición intelectual y política, que es la de la monarquía hispánica heredera del régimen de Cristiandad de la Edad media, en lucha contra la modernidad en cualquiera de las metamorfosis de ésta. Se trata de un tradicionalismo integral y esencial al tiempo, deudor del tomismo, sobre el que se injerta el legitimismo estricto. El universo conceptual de la Acción Francesa, por el contrario, se mueve en las coordenadas de la pérdida de la tradición metafísica de la filosofía escolástica, que tuvo lugar en Francia, y de la pura reacción contra los desastres de la época de las revoluciones. Las múltiples contaminaciones modernas que es dado encontrar, sin embargo, no quitan los numerosos elementos de salud para una reconstrucción política. Pero nada de ello, muy apreciable en Francia, había de sentirse como ejemplar en España, donde la tradición carlista custodiaba con mayor ortodoxia y rigor un riquísimo patrimonio. Si acaso, en un momento en que el carlismo se hallaba en horas bajas, intelectual y políticamente hablando, hasta la reemergencia en tiempos de la II República, podía verse con envidia el bullicioso mundo intelectual que la Acción Francesa había logrado articular en su torno.